Asistí al concierto de Matmos y, aunque los teloneros me hicieron dudar al principio, adiviné en cuanto la pareja sónica salió al escenario que iba a presenciar el espectáculo justo por el que había venido. Está claro que no fue un concierto para todos los gustos, por razones más que obvias, pero particularmente me gusta esa forma de hacer música con lo primero que les cae a mano, crear una atsmófera sonora que puede llegar a ser puro ruido y luego emerger a melodías más reconocibles. Las proyecciones de fondo encajaron perfectamente con la música y los paisajes sonoros. No eran alardes de animación (ni falta que hacía) sino imágenes antiguas de la guerra civil norteamericana que contrastaban increíblemente bien con la época musical en la que se mueven Matmos, e intercalados de filmaciones a tiempo real del funcionamiento interior de los extraños instrumentos musicales que presentaron en escena. Quizás fue algo corto en duración, y eché de menos algo que se pudiera bailar más desenfadadamente para el final, pero salí del recinto bastante inspirado y con ganas de llegar a casa y samplear las rascaduras de limón o el roce de la cortina del baño. ¿Con cualquier cosa se puede hacer arte? bueno, pero tienes que ser un artista. Matmos lo son.
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