Dada la temática de moda en la última semana, recupero una de esas lecturas ligeras que me pillo de vez en cuando hechas a medida para tardes de sofá poco exigentes.
Aparte de las clásicas que relatan en el libro y que todos ya sabemos (asteroide, guerra, pandemia, etc.), una de mis favoritas por original es
muerte por euforia, que no es otra cosa que perder la identidad física y mental como seres humanos y pasar a ser un saco químico resultado de metabolizar todas las sustancias que nos tragamos cada día, y que nos van convirtiendo poco a poco en una especie de farmacia ambulante en la que encontrar algún restillo del humano original será cosa de algún Nobel futurista.
No obstante, se olvidan de la nº51, y que además creo que será la más probable:
extinción por idiotez profunda, una especie de disgenesia en la que el gen de ser tonto de remate prevalece por encima de la lógica de la evolución, gracias a la protección que se vienen brindando los unos a los otros en las últimas décadas, blindándose frente a la lógica evolutiva que hace que este mundo vaya a más y no a menos. Eso que los macabros
Premios Darwin celebran sin recato alguno y que pueden desgraciadamente en un futuro llegar a quedar desiertos.
Recuerda todo a
Idiocracia, esa divertida película a la que ya le dediqué un
post por aquí hace algún tiempo y que no me extrañaría que se quedase corta en mucho menos tiempo de los 500 años que plantean. Puede que como especie no desparezcamos de forma física, pero como ente pensador y crítico, al paso que vamos, para mí que tenemos las décadas contadas.
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