Ya conocía las arriesgadas incursiones de algunos de los mejores autores gráficos de terror en el mundo lovecraftiano, desde el expresionismo de Alberto Broccia al dramatismo extremo de Berni Wrightson (mi favorito), o desde el juego de contrastes y volúmenes de Richard Corben hasta el
increíble bestiario de Josep M. Beá y sus geniales intentos por ponerle cara (es un decir) a las principales criaturas de tan demencial mitología. No sé si habrá más, que seguro que sí por lo atractivo que es tratar de plasmar tales pesadillas en papel tal y como se las imagina uno después de releer una y otra vez cualquiera de los relatos de Lovecraft, pero hacerlo de forma que conecte con la imaginería colectiva ya son menos. Tras mi última adquisición dentro del noveno arte, que ha sido esta maravilla...
...no me queda más remedio que aceptar la inclusión de
Erik Kriek en el selecto club con sobresaliente alto, primero por el irresistible trazo que gasta, pero sobre todo por la increíble narrativa visual que derrocha en cada página, que se aleja de giros complicados o planos excesivamente dramáticos en pos de contagiar cierta dinámica al lector para que su intrépida inmersión por mundos extraños no pare ni un segundo. Y además, en lo que me toca personalmente, por ilustrar justo como siempre me la he querido imaginar esa obra maestra del terror de ciencia ficción que es
El color que cayó del espacio, absoluto germen inspirador de tantísimas y tantísimas películas, series y relatos que disfrutamos hoy día.
Ojalá se animara con la agustiante
En los muros de Eryx, exploradores de mundos hostiles lejos de la Tierra perdidos en laberintos transparentes y acosados por primitivas criaturas de pesadilla... sería fantástico.
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Este lunes bastante tempranito tendremos uno de esos momentos en los que parece que la ciencia ficción se ve alcanzada por la ciencia real. Está previsto sobre las 7:30 am el aterrizaje en Marte del rover
Curiosity, una máquina de aproximadamente del tamaño de un Mini coupé que, si todo va bien, se posará en la superficie de Marte tras un
delicado y vertiginoso viaje a través de la atsmófera marciana y tras haber recorrido cientos de millones de kilómetros desde que salió de la Tierra. Hasta aquí, aparte por supuesto de lo emocionante que son en sí estas misiones al planeta rojo y por ende cualquiera de la exploración espacial, no hay nada a simple vista que no haya pasado antes en términos de exploración marciana (ya hemos visto
todo tipo de sondas que se han
posado, estrellado, orbitado y recorrido el planeta), la diferencia esta vez es que la aventura tiene como protagonista a la más compleja, grande, pesada y avanzada máquina jamás enviada, y sobre la que hay depositadas más expectativas que nunca precisamente por la gran capacidad que tiene de desvelar nuevos secretos sobre el planeta que más fascinación despierta de todo el sistema solar. Un robot en los límites de la tecnología actual que si todo sale bien y consigue posarse y recorrer la superficie dará que hablar durante años.
Para cualquier aficionado a la Sci-fi, este acontecimiento resulta único por la cantidad de conexiones que tiene con todas esas películas y relatos sobre máquinas terribles venidas de otros mundos, aunque visto esta vez desde el lado marciano. Si fuéramos habitantes del planeta rojo esto sería una invasión del espacio exterior
de libro y sin escatimar espectáculo: desde la sonda de descenso, un auténtico platillo volante que parece sacado de
Earth vs. the Flying Saucers hasta la espectacularidad del amartizaje (que sí, que ya sé que esa palabra no existe) y el tamaño y el aspecto de monstruo mecánico del
Curiosity pasando por su fuente de energía nuclear casi inagotable y, sobre todo, el ir
armado con un láser capaz de pulverizar rocas, vamos, que solo faltaría que pudiera devorar indefensos marcianitos para tener la película completa.
Soy de los que piensa que la ciencia ficción puede ser un primer paso para interesarse por la ciencia de verdad, aunque a veces contribuya de forma popular a no tomar ésta última en serio lo que provoca a su vez un rechazo por parte de la comunidad científica al entretenimiento en ese campo. Claro que me gustaría que las cámaras del rover enfocaran hombrecillos verdes, pero ni los hay ni se les busca y concretamente esta vez se ha querido recalcar ese detalle, que lo que se pretende principalmente es estudiar la habitabilidad de Marte por si algún día nos da por poner allí pie para largo, más que buscar bacterias vivas o muertas. Siempre en anteriores misiones se resaltaba principalmente la idea de buscar vida o si hubo vida o condiciones para la misma en cualquiera de sus formas, lo que es perfectamente normal y compresible, pero al mismo tiempo provocaba que ante la falta de éxitos biológicos la misión diera siempre la impresión de ser una pérdida de tiempo y dinero ante la opinión pública:
¿qué no hay marcianos? pues vaya rollo. Esta vez el objetivo es más amplio, espero que salga todo bien y podamos verlo.
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