Pues es en Tarifa, la ciudad más al sur de Europa y el sitio en el que cuando sopla rabioso el racheado viento de levante es mejor quedarse en casa si no llevas el
kitesurfing en las venas. Suerte para los no surfistas –por ejemplo el que suscribe- que para esta estancia de cuatro días ha habido tregua eólica y salvo algunos ocasionales latigazos de abrasiva arenilla, se ha podido disfrutar de las profundamente simples actividades playeras típicas de toda la vida, esto es,
estar tumbado al sol, descansando eternamente... ♫Además de tostarse a lo vuelta-y-vuelta y chapuzoncillos varios, otra actividad ha sido exprimir al máximo el sentido del gusto en los locales de la zona, especialmente el restaurante Morilla en el centro de la ciudad, del cual es mejor que hable con el babero puesto: simplemente exquisito, una auténtica gozada gastronómica, parada obligatoria por aquí si se quiere disfrutar de platos servidos como dios manda. Nosotros repetimos todos los días. Pa’ chuparse los dedos, vamos.

Todo lo contrario de otro sitio en la zona de la alameda tarifeña en el que, de haber probado bocado de aquella paella, quién sabe si hubiéramos caído instantáneamente muertos por envenenamiento. Lo cierto es que los únicos culpables fuimos nosotros mismos por no haber prestado toda la atención a las innegables señales que marcaban el lugar como inmundo: primero, los escasos comensales parecían sacados de una tira de Pedro Vera, segundo, tardaban menos de 15 minutos en ‘hacerte’ la paella, tercero, las fotos de la carta eran tan perfectas que simplemente no podía ser verdad, y cuarto, la vocecilla de tu instinto de supervivencia gritando en tu interior: ‘huye, loco!’, pero desgraciadamente apagada por la salvaje sensación de hambre ciega que traíamos de la playa y que no nos dejó ni un segundo para pensar correctamente. Una vez con el plato en la mesa y tras confirmar nuestras peores sospechas dijimos adiós al sitio sin probar bocado –era todo tan evidente que ni nos preguntaron el motivo- y nos fuimos directamente al Morilla a enmendar el error. A grandes males, grandes remedios, y en este caso el error demandaba una suculenta y plena venganza.
Por cierto, si la variante paellera de ‘Congelados Bellotez’ se hace en tan sólo 5 minutos al microondas, ¿por qué nos dijeron 15? ¿qué hicieron los 10 minutos restantes? mmm.. se me ocurre de todo, pero en realidad prefiero no saberlo...
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Ciertas circunstancias me han obligado a mover unos días mi lugar de trabajo desde el estudio en la achicharrante urbe al refrescante césped de una piscina, así, directamente, plantado en mitad de todo lo verde, viendo a las palmeritas mecerse al son del tintineo de los cubitos de hielo derritiéndose en los
gin-tonics del pijerío presente. Todo muy relajante, si, pero poco disfrutable por mi parte dadas las obligaciones laborales que me aislaban hermética y mentalmente de tan placentero y cercanísimo entorno –el hecho de elegir ese lugar no era por martirizarme, sino por ser el único punto con una conexión 3g medio decente que lamentablemente no disponía en casa- Además, la poca gente que estos días prefería la piscina al cercano mar le daba el punto de tranquilidad que necesitaba y hacía preferible este sitio a cualquier otro chiringuito posiblemente más bullicioso. Digo tranquilo salvo cuando era tomado por la
muchachada diaria de las doce: adolescentes varios de puntualidad diabólica y hormonas en
def con one que hacían suya la piscina por un par de horas hasta que afortunadamente se les quedaba pequeña y optaban por llevar su griterío, carreras y empujones a otra parte. Tampoco nada nuevo que no sepamos ya, salvo por una renacuaja integrante de dicha pandilla que no llegaría ni a las catorce primaveras, pero que cada vez que abría la boquita me pitaban los oídos, a mi y a mi Mami, que a pesar de su veteranía en lidiar con todo tipo de niñateo, nunca había visto caso semejante en los últimos años. Al final la bautizamos
Lengüecilla de Fuego, pasando a llamarse directamente
Lengua de Fuego, nada de suavizar la cosa cuando el exabrupto más amable de la niñita superaba en varios niveles al camionero más curtido de la E-15. Una ricura. Qué pena no haberlos grabado todos.
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