Va otro post de temática cadavérica, como si no hubiera ya pocos últimamente en este blog. Esta vez el motivo es el vídeo que he presentado en la
IV Edición de las Miniaturas Intr:muros, ese gran festivalito de audiovisuales –cortos, videoclips, animaciones, experimentales, etc.- que todos ya conocemos y que de vez en cuando nos permite tomarle gustosamente el pulso al nivel creativo que se sirve en la zona, además sobre todo de disfrutar de un buen rato entre los asistentes de cada edición, interesados siempre en saber lo último que ha hecho cada uno.
Mi contribución esta vez ha sido
“Green-Wood Cemetery”, una grabación de 4 minutos realizada con una
digi-hari en el cementerio del mismo nombre situado en el neoyorkino barrio de Brooklyn, el cual visité aprovechando uno de mis últimos saltos a Nueva York, y en el que voy grabando a diestro y siniestro mientras me doy un largo paseo entre las lápidas. El tal camposanto es enorme, y con enorme quiero decir gigante. Esa tarde de noviembre recuerdo que hacía bastante frío y el viento soplaba cortante y sibilino. Las nubes dejaron ver el sol solo durante un rato, hasta que definitivamente quedó oculto entre oscuros nubarrones, momento en el que un manto de triste y plomizo gris pasó a dominar la escena sumándose al ya de por sí gris y frío tono de lápidas y mausoleos. Y no había nadie. Nadie. No recuerdo cuánto tiempo estuve caminando ni hacia donde. Recuerdo que las puertas cerraban en unos minutos pero a una parte de mí no le importaba, algo en aquella deshumanizada calma me empujaba inexplicablemente hacia el corazón mismo del
Green-Wood Cemetery...
Sensacionalismos góticos aparte, he de decir que el tamaño del sitio era
grande de verdad. Una superficie cuajada de lápidas y criptas de todo tipo de las que seguro hubiera necesitado para recorrerlo medianamente algunas más que el par de horas que me estimó para el cierre el vigilante de la entrada, y durante las que, efectivamente, solo me pareció divisar muy a lo lejos a una sola persona a los 5 minutos de estar dentro, para luego quedarme en la soledad más absoluta (“
solo” es un decir, en ese campo descansan más de 600.000 almas) durante más de dos horas mientras iba de tumba en tumba con la camarita echando humo. Para la vuelta tuve que apretar el paso al echárseme el tiempo encima y estar más lejos de la salida de lo que pensaba. Una cosa es alucinar con un escenario así a la luz del día y otra muy distinta es quedarse encerrado en un cementerio interminable que parece sacado de una peli de terror a punto de caer la fría noche... vale, sabemos que no pasaría nada salvo pillar un catarrillo, pero vamos, que prefiero que sea otro el que lo compruebe...
Una superficie sepulcral casi como el Casco Antiguo de Sevilla
(click en la imagen para ampliar).
También hubo tiempo para tirar de
Hipstamatic, cuyo reconocido estilillo va perfecto con lo
espectral del entorno.
Por supuesto la visita me dio para trastear posteriormente durante horas y horas con la
Spirit Booth de la
App Store. En un sitio así, totalmente solo, donde lo único que se oye es el viento y tu propia respiración, prometo que cuesta NO imaginar cosas como ésta:
Etiquetas: viajes, vídeos
Teniendo como origen el cómic del mismo nombre y ayudada por la tremenda promoción que hicieron los medios es normal que la serie despertara en su momento una de las mayores expectaciones que recuerdo en las semanas previas a su emisión. Todo el mundo sabía que se iba a estrenar una serie de zombies basada en las historias ilustradas de Kirkman y Moore y que prometía mucho más de lo que habíamos visto hasta ahora en el mundo de los muertos vivientes (y precisamente poco no hemos visto), así que todos devoramos con apetito zombie aquel esperado primer gran episodio que sí cumplió más que correctamente con lo imaginado, realmente había algo diferente respecto a lo ya visto, aunque, al menos por mi parte, la serie fue perdiendo fuelle con cada una de las cinco entregas posteriores hasta llegar a resultarme casi sin interés a pesar del ligero reflote que marcó el último capítulo de la primera temporada.

Tras unos cuantos meses y varios guionistas despedidos después, la serie volvió con una segunda temporada trasladada a un entorno más rural, con menos zombies y más presencia humana que prácticamente no se mueve del sitio –una granja- en toda la temporada, ingredientes perfectos para que el producto esté más cerca de un culebrón venezolano que de un apocalipsis zombie. Pues bien, con todo eso va y les sale una temporada más que redonda, extrema, violenta y emocionalmente extenuante. Justo lo que no tuve con la primera, en la que teóricamente se incluyeron todos los elementos clásicos del género para incomprensiblemente lograr ese aprobado raspado dado por muchos seguidores del mundillo.
El cómic original es así, tremendamente violento y con el peligro repartido al 50% entre los zombies y los propios humanos, tanto propios del grupo como externos, y en el que nadie es intocable, incluso para el protagonista, Rick Grimes, lo cual crea una sensación mucho más al límite y más coherente con lo que supuestamente debe ser una situación así: una con los valores morales totalmente dados la vuelta en la que solo importa la supervivencia en un mundo cuya civilización se ha ido al garete delante de tus narices y en la que puedes ser pasto de los zombies en cualquier momento y en la que no te puedes fiar de nadie (vivo).

Con tal planteamiento sobre el papel lo que menos esperas es que la versión televisiva derive en un –esta vez sí- culebrón en la que las relaciones personales dentro del grupo tengan ese tufillo a familia con sus problemillas que se resuelven sentándonos todos a hablar alrededor del fuego. Perdona pero no, que yo sepa esto es el fin del mundo. Uno de los consejos de ese gran libro que es
101 cosas que aprendí en la escuela de cine dice literalmente ‘
quema los puentes de tus personajes’, esto es exprimirlos, llevarlos al extremo, no permitir que vuelvan a su cómodo estado anterior, vamos, no dejar de ellos ni las migajillas para el siguiente capítulo (lección que bien aplica la misma cadena a sus otras series como la increíble
Breaking Bad y que se olvidaron por completo en la primera de
The Walking Dead).
Pero volviendo a esta nueva entrega de 13 episodios (cuya
finale es el próximo domingo) hay que decir que esa lección ha quedado más que aprendida, y que el entorno rural ha resultado perfecto y mucho más claustrofóbico que las urbes inhabitadas, y que aunque se mantienen las relaciones entre los del grupo como trama principal tanto o más que antes, éstas han derivado en recelos e impredecible tensión violenta, mucho más acorde con el nerviosismo de tener un fin del mundo a la vuelta de la esquina. Y por último los zombies, que es verdad que aparecen poco pero cuando lo hacen inquietan de verdad, con esos sobrecogedores y asquerosos primeros planos unidos a su violenta obsesión por sacarte las tripas a manotazos. Está justo como queríamos, como en el cómic, situaciones límite a cada segundo, físicas y mentales, en las que absolutamente ninguno de los personajes está a salvo y en las que los
cliffhangers de cada final bien podrían haber disparado la industria de los ansiolíticos episodio a episodio. Para el próximo y último, tal y como ha quedado la cosa, me he reservado varias cajas.
Etiquetas: cómics, series
Acabo de descubrir vía
Yorokobu a
John Kenn, un ilustrador aficionado a los monstruos pesadillescos, los cuales suele garabatear con increíbles resultados en papelitos
post-it, publicados recientemente en un irresistible
libro que por lo poco que deja entrever debe ser un deleite visual total (para quien le guste este tipo de cosas, claro).
El primer vistazo recuerda (muy) claramente al estilo oscuro y atormentado de Gorey, en trazo y forma, al que añade además elementos lovecraftnianos y parte del imaginario correspondiente al terror granujiento que los de su más o menos quinta devorábamos sin parar en el cine y la tv (seguro que se lo pasó en grande con
The Langoliers y
Critters), así como el gótico de siempre y por supuesto Tim Burton, influencia absoluta desde hace casi tres décadas en la forma de ver lo macabro de incontabilísimos seguidores.
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