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viernes, 28 de octubre de 2005La noche de las hostias
Joder... vaya nochecita. Pongamos un jueves normal, en el que te paras después del trabajo para tomar algo por ahí con tu gente, como no quieres llegar muy tarde a casa decides que ya está bien por esta noche y prefieres una retirada en solitario antes de seguir con más copas. Desde el bar donde estás hay como 15 minutos hasta casa andando por calles que a las 2 de la mañana están tan solitarias como de costumbre, pero no son para nada tenebrosas ni oscuras ni nada parecido, es más: se ve gente por aquí y por allá regresando a casa o moviéndose de sitio. Hasta aquí todo normal ¿no? Bueno, pues qué mala suerte la mía que con lo único que me cruzo en una de las calles es con tres chicos de pinta dudosa (siempre me ha fastidiado un poco el concepto de ‘mira qué pinta tiene ese’ pero que ahora y dadas las circunstancias aplicaré sin recato) que hacían un pis en la calle aparentemente a su rollo. Craso error. Cruzo por su lado y sigo andando a mi bola sin mirar atrás no sin antes echar de reojo una mirada instintiva a un par de ellos –uno era un chico marroquí con chándal oscuro y el pelo corto un poco a lo afro con las sienes rapadas, y el otro en chándal también con gorra blanca, chaqueta blanca y pantalón granate con listas blancas, del tercero ni idea- que me miran también de reojo. Sigo andando. Al momento noto cuchicheos, casi susurros a mi espalda durante algunos segundos y lo siguiente que noto es un brazo alrededor de mi cuello que me aprieta hasta casi dejarme sin respiración y otro brazo tapándome los ojos de forma que ni veo ni casi respiro. Acto seguido me tiran al suelo y me regalan un par de patadas en el costado como avisándome de qué va la cosa. Ya en el suelo pienso que es mejor no moverse para no oponer mucha resistencia pero como siguen pateándome sin cesar protejo mi cara pensando que la cosa va de violencia gratuita y demás así que a aguantar la pedrá. Siguen las patadas y aunque no eran muy fuertes –más bien marcajes intimidatorios- un par sí que se escaparon al costillar dejándome casi sin respiración y con gran dolor en el costado. Es cuando comprendo que no van a escatimar violencia y me protejo como puedo. Noto que cesan un poco las patadas –pero no dejan del todo- y alguien hurga en mis bolsillos buscando imagino el dinero. Pillan lo que tenía –unos 15 ó 20 euros- y después de rebuscar un poco más deciden abandonar a toda carrera el lugar del delito. Cuando noto que ya van lejos miro ligeramente por encima de mi brazo y veo a los tres chicos corriendo calle abajo que se las pelan. Después me quedo tendido en mitad de la calle medio doblado un buen rato intentando calmarme y recuperando la respiración poco a poco, aparte que el costado derecho me duele un poco y no tengo fuerzas para levantarme. Me quedo un buen rato así viendo sobre mí unas gotas de lluvia muy tenues que caen y caen. Durante un buen rato es lo único que veo hasta que un coche intenta pasar y me empieza a pitar para que me quite ¿no ves que estoy medio doblado casi con una pierna en mi espalda? Ya me podías ayudar ¿no? digo mentalmente. Pues no, se monta en la acera para evitarme y pasar de mí cual leproso apestoso, al parecer un tio tirado en la calle puede ser de todo menos alguien que necesita ayuda. El coche pasa de largo y sigo tirado un rato más hasta que veo dos chicas acercándose y les digo lo de la paliza. Me incorporo como puedo con la ayuda de ellas dos y les cuento la historia. Al final vamos caminando casi en la misma dirección y llego a un lugar más cómodo para llamar a la poli –los delincuentes no me quitaron el teléfono, menos mal-, les describo al 091 mi situación, dónde estoy y al minuto llegan, les cuento la movida más detalladamente y me invitan a subirme al coche patrulla para intentar localizar a los tres agresores. Damos vueltas y vueltas por la ciudad hasta que tras varios intentos infructuosos decido que me quiero ir a casa, no sin antes ver desde la ventanilla tres espectáculos más: otro tipo robado atendido por más policías, a otro agredido chorreando sangre al que le habían atizado con una barra de hierro desde un coche y un contenedor ardiendo que parecía una falla valenciana. Al final es la misma policía la que me deja cerca de casa. Ya en cama intento en vano dormir, con lo que me entretengo leyendo algunos blogs hasta que ya por fin el agotamiento puede conmigo.
Hoy iré a poner la denuncia y posiblemente al hospital también a ver que todo está en orden en mi costado –aún noto algo de presión en las costillas- pero vamos, me encuentro bien completamente. Ahora en el día después lo veo todo más lejano y como que casi no me ha ocurrido a mí. Me preocupaba más quedarme con ira dentro que cualquier otra cosa, aparte por supuesto de que no me hicieran daño. Dinero, teléfono, cartera... si te lo quitan jode, pero es recuperable. Si me lo piden por la calle de forma intimidatoria –un atraco, vamos- pues les doy lo que me pidan sin problema... las tarjetas son cancelables, el teléfono igual, el dinero se recupera y la documentación te la hacen de nuevo y posiblemente hasta un amigo te regale una cartera nueva. Lo único que no comprendo es por qué el ir a agredir directamente, no darme opción a colaborar, yo, que soy la persona que menos resistencia y menos problemas puede darles a una banda de tres atracadores. Si lo que querían era que no les viera la cara pues casi lo han conseguido -aunque al chico marroquí sí podría identificarlo porque fue al único que miré más directamente-, en fin, sabían lo que se hacían, ahora sólo espero que la poli los pille y no pateen a nadie más. ¿Medidas de protección contra esto? pues no sé, personales ninguna –salvo no andar por lugares solitarios a altas horas- y policiales muchas. Quizás lo primero que se te viene a la cabeza después de algo así –es normal- es que ojalá la poli les dé una buena tunda cuando les pille, que es la solución momentánea y que es la que funciona en las grandes ciudades en las que los delitos ya se escapan de control, pero eso provocaría que la siguiente vez en vez de inmovilizarme ya fueran directamente a dejarme inconsciente y así escalando hasta llegar a disparar y luego preguntar por la pasta como pasa en las grandes urbes en los que acción/represión son conceptos que se mueven –por suerte- a niveles impensables de momento por aquí.
Bueno, hoy tengo muchas cosas por hacer y mañana más, y lo de ayer es ya casi anécdota y espero que no me ocurra más a mi ni a ninguno de mis amigos. A tener más cuidado la próxima vez y a los otros pues que los encuentren pronto y les pongan un microchip de identificación como el que le puse recientemente a mi gato donde los cataloguen como animales sin cerebro, porque otra cosa creo que no son. Qué mundo diosss.
Hice algunas fotos desde el coche patrulla del movidón que se armó con el incendio:
Etiquetas: historias Twittear posteado por Vip Vop :
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